lunes, 9 de septiembre de 2019

Para Siempre

Era otro día, o ayer todavía. Se levanta con lo justo, el baño y mirar esa misma cara de hombre que hay que poner cada día. El beso en la mejilla, el mate o un sándwich rápido siempre frío, el mismo reloj de siempre, la misma hora de siempre, y treinta y cinco.
Lunes, hola, ida y vuelta, la punta del andén poblada, por ahí viene alguien conocido.
Siempre del lado derecho, aunque fastidie, un libro o dos, las personas de siempre con nombres diferentes, con cosas diferentes que ofrecer, y sube otra vez el chico del pendiente en cada oreja, con el pelo parado y su cara de tristeza crónica.
Cincuenta minutos y diez por favor. Encerrado, enterrado, veinte más. Paramos, la oscuridad, más quietud, no es extraordinario, las señoras grandes empiezan a resoplar como los caballos cuando tienen calor y las moscas se les pegan en los pedazos de bosta que tienen en el pelo, del fondo del túnel viene una luz, la chica del lunar, ella cree que le dicen así también, no mira y no sabe nada, sólo está ahí sin importarle demasiado dónde está, se acerca más. Las parejas suelen producirme una envidia casi divertida, pienso y siempre termino diciendo que ya les va llegar la hora, que no tienen idea de qué es el amor.
Más cerca, los gritos, el sudor en las manos, el de ella, el de la parejita, el mío, casi lo inundan todo. Como, si la unión de los cuerpos fuera condición indispensable, no, también se aman las almas, las mentes, las emanaciones; se ama como el eco del universo en el agua, ese sonido penetrante y silencioso; con la lentitud que se cierran los párpados y con esa misma sentenciosa intensidad
Explota la bocina, loca, llenando con su estruendo la angosta oscuridad, los chicos se abrazan y no son dos, sino una forma doble, y la luz y la bocina y el túnel y más cerca y el baño y mirar esa misma cara de hombre...

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